jueves, 6 de agosto de 2020

Velorio inesperado



“nos miran como se mira a quien no se comprende del todo, nos compadecen, pero también pareciera que hay un poco de extraña admiración. Algo así como lo que se debe sentir por los que van a una guerra perdida de antemano.”

Rosario Bléfari

 

Lo que más miedo me da cuando salgo en estos días es ir al baño. Especialmente porque las salidas son puras jodas:  hospitales, clínicas, consultorios. Divino. Encima son baños chicos, de compartimentos que, entre la campera, las bolsas de los análisis de mi viejo, y la cartera, se hace imposible no tocar nada. Cuando vuelvo a mi casa más o menos que me tengo que bañar en alcohol. Y encima todo con barbijo, muerta de calor.

Mi viejo estuvo con taquicardia todo el domingo. Les pareció que el problema era el marcapasos así que hoy a la tarde fuimos a que le saquen uno de los cables.

La sala espera estaba llena de gente con distintos modelos de barbijos. Igual nadie supera al de mi viejo que parece un huevo frito. Tiene un centro amarillo fuerte que supuestamente lo ayuda a respirar mejor. Yo siempre entro buscando un lugar cercano a un enchufe porque mi celular es más bien un teléfono fijo. Como me estaba haciendo pis, lo dejé a mi viejo esperando (Le habían dicho que una hora se quedara para que lo volvieran a controlar) y me lance a la aventura del baño.

En el Instituto Cardiovascular, los baños que están limpios son en el segundo piso. Los otros son de esos individuales a los que no voy ni loca porque son un asco.

Cuando por fin logré llegar, después de las colas para el ascensor y la cola para el baño mismo, entré y empecé a organizarme para poder mear: colgar la campera, el bolso, todo intentando levitar sin tocar nada. Fue en ese momento cuando sonó mi celular, que antes de apagarse me dio tiempo a leer: “Negra, se murió Rosario. Estoy destruida”. Después se apagó.

En el cubículo de al lado alguien lloraba con ruido y congoja. Eso fue demasiado, me contagió.

-¿Necesitás algo?

-No, nada. Se murió una amiga.

-Ay que triste. ¿Estaba acá hace mucho o fue repentino? - pregunté todavía sin hacer ni una gota.

-No la conocía- dijo la voz desde el inodoro de al lado.

-Entonces lloremos juntas. A mí también se me murió alguien querido que casi no conocía.

-¿Rosario?

Di un saltito.

-¿Cómo sabés? Yo me acabo de enterar, literal. Me dejó muda. Y encima Silvia debe estar desesperada. Se me apagó el teléfono y no le pude responder. Un poco de nuestra vida se muere con ella.

- Ay, no me lo creo. Yo iba al Bolivia siempre.

-Nosotras también. Éramos del grupo habitué. Nos debemos haber cruzado.

-Ame Silvia Prieto. Que tristeza.

-Tremendo. Yo, la verdad, es que no vi Silvia Prieto ni ninguna otra de sus películas. Pero sus poemas. Los amaba. Y su música, claro.

Las dos llorábamos como marranas. Yo ya me había olvidado del Covid y había bajado la tapa del inodoro para sentarme.

-¿Vos la conocías?

-Me la crucé en varios cumpleaños-respondí-, pero no es eso. Es Suarez, es Antes del río. Es el libro que estaba por salir. Es… son sus palabras. Hay un poema que me lo sé casi de memoria, especialmente una parte, que me mata. Se llama Pasar el invierno. ¿Lo leíste?

“Cuando una impresión es así de fuerte queda refulgiendo sola durante días y la sensación se vuelve a vivir completa, acompañada de algo que sucede en la boca del estómago, incluso de taquicardia”

Cuando dije taquicardia, pensé en mi viejo ahí afuera, esperándome.

-Me tengo que ir. Mi papá está afuera. ¿Podés creer que me terminé el papel higiénico? ¿Tendrás carilinas?

-Sí, tomá. (Me las pasó por debajo de la mampara que separaba nuestros inodoros)

 

Salí, me mojé la cara, me lavé las manos cantando Viento helado. Mi compañera de duelo me hacía la segunda voz desde su cubículo.

“A veces creo que es preciso conocer

Lo que se pierde en una tarde

Lo que se gana de una vez

Lo que se gana de una vez”

 

Nunca le vi la cara.




Buenos Aires, 7/7/2020










sábado, 19 de marzo de 2016

Veo a mi madre sentada en un corralito
al lado de mi hijo mayor, cuando era chico.

Lleva un pañuelo en la cabeza.
Si bien está en el corralito, mi madre es una mujer adulta.
Si pelo caoba rojizo no se ve,
tapado por el pañuelo verde, con arabescos violetas.

El salón es luminoso y ella me mira contenta.
Mi hijo juega con unos autos, los pone en fila.
Está concentrado en su juego.

Mi madre me tiende sus brazos.
Veo sus manos con los nudillos marcados
y sus anillos de siempre.

Voy hacia ella, pero cuando estoy por abrazarla, suena un despertador a lo lejos.

Atrapasueños

miércoles, 29 de octubre de 2014

Llueve y perfora


Llueve sostenido desde ayer.

Dicen que llovió en un rato  más que lo que suele llover en todo un mes.

No es hablar del clima. La lluvia siempre es otra cosa.

Afuera no pasa nada. Nadie pasa

Estoy sola y me fabrico incomodidades, dolores innecesarios, llantos inconclusos.

Trabajo, me distraigo, vuelvo a trabajar. Me cuesta con el nudo atravesado.

Lo llamo y le pido que me abrace.

Él me dice “bonita, ni bien llegues de dar clase, en casa”.

Yo digo ahora. El dice “no se puede, estoy lejos y con mucho laburo”.

Mientras,  sigue lloviendo adentro y también afuera. El problema de las casas viejas.


Pero el peor llanto es ese que no llueve, ese que no nombro. 
Ese llanto me perfora.


miércoles, 8 de octubre de 2014

Intimidad

Abrir una puerta.
Encender una luz.
Querer aplacar un incendio,
no poder.
Ubicar en el mapa.
Desconocer las horas.
Encontrar un camino.
Equivocar los modos.
Animarse a saltar.
Estirar la mano.
Encontrarse.



jueves, 3 de julio de 2014

Desastres cotidianos

Hay una ballena en el patio. (dijo Pablo)
O un termotanque muerto. (dije yo)
Vivieron en él, durante más de 20 años,  unos uruguayos murgueros. 
No estaban a la vista,  no.  Pero si lavabas los platos o alguien se bañaba, se los escuchaba llegar con sus tambores. Y de pronto, viajabas sin escalas desde la cocina al carnaval de Montevideo. 
Ahora el silencio se llenó de agua. No suena nada. 
Parece una ballena encallada en la orilla del ventanal,  o la desolación definitiva del agua caliente.

Las cosas...  escribió Borges.  
"Vivirán más allá de nuestro olvido; 
no sabrán nunca que nos hemos ido."
Ya no.



martes, 10 de junio de 2014

Veinte años

Respirar, caminar por Corrientes.
Cenar en Las cuartetas con una amiga y un desconocido que me regaló un anillo que aún conservo. No poder volver a casa. A ninguna casa.
La noche del jueves se hacía interminable y yo caminaba la ciudad, no podía estar quieta en ningún lado. La calle y su otoño crecido me sostenían en ese derrotero.
Hasta que lo decido y me vuelvo para la casa de la calle Suipacha.  La 1 de la mañana y yo sin la llave. Me vuelvo a buscarla, la agarro y sigo.
La llave con el llavero que era un yunque pequeño y de bronce. La llave de la casa de mi mamá (y de mi papá y de mi hermana también).

Entro. En el living estaba sentada mi abuela dormitando. Mi papá cerraba los ojos al lado de mi mamá que desde el lunes no había vuelto a hablar. Y que ya sabíamos que no iba a volver. Y mi tía que siempre estaba y salvaba… Ese último lunes, por la mañana, mi mamá dijo en un momento: “basta, no aguanto más”.

Y los calmantes, y el silencio.
Y el cuerpo y las enfermeras.
Y  alimentarse por un dedo con una máquina.
Y el perro que no se movía de la puerta del cuarto.
Y yo despierta en la cocina, aunque yendo y viniendo.

Hasta que se hicieron las 6 y mi papá bajó. Yo subí  y me recosté al lado del cuerpo de mi mamá. La abrace, tomé sus manos, le acaricié la cara y recordé otro abrazo, unos dias antes, cuando la había ayudado a acostarse:
“Ay, me alzaste como a un bebé”, me dijo.

Y los últimos suspiros, tomada de mi mano, de la mano de mi papá, con mi tía, con mi tío, todos sosteniéndola.
Ese tema de extrañar las manos. No me prestás tu mano en esta noche de lechuzas roncas, escribió Cortázar.
(Eso que llamo suspiros fueron unas respiraciones ahogadas, duras, pesadas y finales.)

Casi daban las 8. Fui a despertar a mi hermana para que se despidiera. Tenía 16 años y sufría en silencio.
Una hora después llegó mi bobe, antes de que la buscáramos, que era el plan. Se tiró sobre mi madre y la abrazó llorando. Hasta que mi tía le dijo que ya estaba, que la dejara ir, y la tapamos con una sábana. 

Era viernes. Era 10 de Junio. Todo se sucedió en ese momento: velatorio, mortaja, entierro en tierra. Los sefaradíes y sus ritos. Los sábados no se puede nada y nadie quería esperar hasta el domingo.

Y la tremenda exactitud de quién sabe: mi mamá había dicho: “En quince días yo voy a estar bien”. Y yo le dije a mi viejo: en quince días se muere. 

Llegar a mi casa. Abrazar a mi hijo de 3 años.
Buscarle el cuento a la muerte. Encontrarlo. Como si el ruido pudiera molestar, de Roldan.
Y que al terminar mi hijito pregunte si se murió la abuela.

Volver de la muerte de una madre.

Volver y que de pronto, hayan pasado 20 años.




"Mamá 
es tantas cosas… 
esconde universos"

Mariana Ruíz Johnson.



viernes, 6 de junio de 2014

El otro lado

Una puerta que no abre apaga algo.

Una cerradura que se traba
y eso de pronto es un problema,
puede transformarse en un tesoro.

Una llave que se rompe y ya no sirve
se convierte en talismán, en  llavero
o en un simple hierro tirado en la calle.

Una cerradura y una llave completas
pero que juntas no encajan
son un desencuentro, o tal vez dos.

Una puerta cerrada puede dejar para siempre el mar del otro lado.
También la montaña, el calor, la memoria, el dolor, los ríos, la espesura verde, una calle.
O cualquier cosa.

Pero una dañada media llave
puede ser la clave para abrir una puerta
                                          que no abre.


Regalo de @anaclopez