Café de mañana
La cafetera de vidrio cae y se rompe.
Pruebo otra, con filtro.
El filtro también se rompe.
Además me quemo con el mango de la pava, que cae sobre el fuego.
El café pasa por el filtro roto.
La mañana me sorprende así, descafeinada.
Y entonces me acuerdo de Fernández, siempre cayendo.
El café está listo al fin, gracias al colador, y su aroma lo invade todo.
Cayendo, me levanto.
(Buenos Aires, 1997)
Ayer, tuve que salir a comprar muy temprano. Odio despertarme y que no haya
café.
Aunque no lo tome, necesito saber que tengo café en casa, que puedo
prepararme uno si quiero.
Al volver, por la calle Campillo, cayó de un árbol un gato que me ronroneo
por un mimo.
Ese ronroneo me hizo recordar otra mañana, en otra calle, en otra casa, en
otra vida.
Y a otra gata: Miguelita, que se la pasó casi veinte años por mis bordes
e interiores, tan pero tan cerca.
“La vida es una herida absurda” canta Goyeneche en la radio del vecino.
Y si, la
vida como dice el tango, es una herida absurda. Aunque hay que estar atentos,
porque la herida de pronto sonríe, aunque rápidamente sangre.
Entonces, otra vez cayendo, me
levanto.
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