Respirar, caminar por Corrientes.
Cenar en Las cuartetas con una amiga y un desconocido
que me regaló un anillo que aún conservo. No poder volver a casa. A ninguna casa.
La noche del jueves se hacía interminable y yo caminaba la ciudad, no podía estar quieta en
ningún lado. La calle y su otoño crecido me sostenían en ese derrotero.
Hasta que lo decido y me vuelvo para la casa de la
calle Suipacha. La 1 de la mañana y yo sin la llave. Me vuelvo a buscarla, la agarro y sigo.
La llave con el llavero que era un yunque pequeño y de
bronce. La llave de la casa de mi mamá (y de mi papá y de mi hermana también).
Entro. En el living estaba sentada mi abuela
dormitando. Mi papá cerraba los ojos al lado de mi mamá que desde el lunes no
había vuelto a hablar. Y que ya sabíamos que no iba a volver. Y mi tía que
siempre estaba y salvaba… Ese último lunes, por la mañana, mi mamá dijo en un
momento: “basta, no aguanto más”.
Y los calmantes, y el silencio.
Y el cuerpo y las enfermeras.
Y alimentarse
por un dedo con una máquina.
Y el perro que no se movía de la puerta del cuarto.
Y yo despierta en la cocina, aunque yendo y viniendo.
Hasta que se hicieron las 6 y mi papá bajó. Yo
subí y me recosté al lado del cuerpo de
mi mamá. La abrace, tomé sus manos, le acaricié la cara y recordé otro abrazo, unos dias antes, cuando la había ayudado
a acostarse:
“Ay, me alzaste como a un bebé”, me dijo.
Y los últimos suspiros, tomada de mi mano, de la mano
de mi papá, con mi tía, con mi tío, todos sosteniéndola.
Ese tema de extrañar las manos. No me prestás tu mano en esta noche de
lechuzas roncas, escribió Cortázar.
(Eso que llamo suspiros fueron unas respiraciones
ahogadas, duras, pesadas y finales.)
Casi daban las 8. Fui a despertar a mi hermana para que se despidiera. Tenía 16 años y sufría en silencio.
Una hora después llegó mi bobe, antes
de que la buscáramos, que era el plan. Se tiró sobre mi madre y la abrazó llorando. Hasta que mi tía le dijo que ya estaba, que la dejara ir, y la tapamos con una sábana.
Era viernes. Era 10 de Junio. Todo se sucedió en ese
momento: velatorio, mortaja, entierro en
tierra. Los sefaradíes y sus ritos. Los sábados no se puede nada y nadie quería
esperar hasta el domingo.
Y la tremenda exactitud de quién sabe: mi mamá había
dicho: “En quince días yo voy a estar bien”. Y yo le dije a mi viejo: en quince
días se muere.
Llegar a mi casa. Abrazar a mi hijo de 3 años.
Buscarle el cuento a la muerte. Encontrarlo. Como si el ruido pudiera molestar, de
Roldan.
Y que al terminar mi hijito pregunte si se murió la abuela.
Volver de la muerte de una madre.
"Mamá
es tantas cosas…
esconde universos"
Mariana Ruíz Johnson.