Tomar primero el cursor
detenerlo en las palabras que sobren, que molesten.
Teñirlas de color, cambiarlas de lugar, reemplazarlas.
O, directamente,
suprimirlas sin piedad.
Eso.
Asesinar hasta que al texto le duelan la ausencia y los cambios.
O dejarlo así, y que sea lo que tenga que ser de los excesos.